La primera vez que leí Lolita tenía 17 años y mi pololo le había robado el ejemplar a su madre para que leyéramos juntos algunos pasajes, principalmente aquellos eróticos, solamente para que el libro quedara a medio leer y años después yo completara la historia en mi cabeza al ver la película, perdiéndome -lógicamente- de mucho.
Aunque la sensación superficial o inicial sigue siendo la misma -desagradable, chocante e insultante-, podría decir tres cosas que me sucedieron más en lo profundo y que agradezco de una obra de arte: primero la rabia, después la risa y finalmente la tristeza. Lo que agradezco no es sentir todo esto, sino lo que nace de sentirlo.
El protagonista de Lolita está loco, y como todo loco goza riéndose de los demás, se burla de los otros personajes y lo hace también de los lectores. Es típico de este tipo de personas maníacas creer que el resto no son mas que sus títeres, algo que por supuesto resulta ofensivo y humillante. Para bien o para mal, esto es algo común que sucede cuando la inteligencia de alguien está por sobre la media, y ese mismo individuo lo sabe.
Existe en este libro demasiada desverguenza que termina por molestar. Como al igual que Lolita, Humbert también es un niño, toda la narración es caprichosa. Al mismo tiempo, su mente va a una velocidad frenética, reparando en todo lo que tenga que ver con su propósito, condenable por donde se lo mire. El pobre tipo está sicótico, ve cosas, está tenso durante la mayor parte de la historia y encima toma alcohol para calmarse.
Quisiera que el narrador no hubiera intentado demasiado chuparme las medias, aludir a «su lector» para ganar mi empatía. Quizás sin nada de eso, se la hubiera ganado. Felizmente también está la otra parte del libro, la lúdica, genial y graciosa. Demasiada desfachatez resulta divertido. Al estar escrito en primera persona, hay una libertad infinita para decir todo lo que se quiera, y eso se logra impecablemente sin dar la sensación de que el protagonista está desvariando o bien ejerciendo su verborrea. Por lo contrario, casi ningún párrafo sobra, y en ellos uno puede encontrar la razón para grandes carcajadas.
Ciertas partes sin duda patéticas, como que él mismo se encuentre apuesto y viril, resultan a la vez algo tragicómicas cuando lo repite con cero pudor. Hay chistes directos, fuertes, dolorosos pero chistes al fin y al cabo. ¿Cómo es que reímos a veces de las cosas más grotescas? No lo sé, pero sé que se trata de una risa muy amarga.
Finalmente vino la pena. Lolita es una víctima sin nadie en el mundo, una presa, una gacela. Todas las mujeres hemos tenido 12 años y notado como un hombre maduro nos mira con ojos lascivos, haciéndonos sentir como un plato de comida y adentrándonos en esa sensación denigrante que nos acompañará por años o vidas enteras en muchos casos.
Es fuerte que un libro como Lolita sea inmortal porque significa demasiadas cosas, entre ellas que seguirán existiendo hombres cazadores de niñas, sobretodo de las que poseen belleza, y que ellas tendrán que vivir con algo quebrado adentro. Una mujer considerada bella se enfrenta a desafíos impensados para aquellas que desearían ser más hermosas; conozco mujeres bonitas que lo pasan muy mal debido a su aspecto y que quisieran ser más «normales» para evitar ciertos tratos abusivos, violentos y enfermos.
En cuanto a Humbert, el libro permite que reconozcamos tanto su lado amable como su lado repulsivo, (¿no es así para todos?), pero la profunda lástima es verlo creer que ríe cuando no sabe lo que es verdaderamente reír, verlo creer que ama cuando no conoce lo que es amar. En ese sentido, la excusa de la muerte de su madre y luego la de su joven primera novia, no parecen bastar para justificar la oscuridad del personaje, pero aquí no hay como zanjar el dilema ya que que cada individuo, con su vida y su personalidad, crecerá en distintas direcciones, tan impredecibles como únicas.
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