«No necesito un padre, tendré igual a mi hijo», declaró mi amiga de 37 años que terminó hace poco una relación y no cree en el matrimonio, pero sí quiere ser madre. Hoy no hay nadie que no esté familiarizado con la idea de la maternidad/paternidad en probeta. Vas a un laboratorio y elijes a tu hijo; puede ser optando por un donante masculino de catálogo o un vientre femenino de alquiler a tu gusto, y nueve meses después eres el responsable de un ser humano creado artificialmente.
Al principio parecía lejano, pero con Ricki Martin y sus mellizos -no tengo nada contra él, al contrario, es un artista adorable- y su posterior recomendación del método a Miguel Bosé -también talentoso cantante, que por lo demás nunca ha establecido si le gustan los hombres, las mujeres o ambos-, ahora es casi una moda. Sin mencionar los hijos del aclamado cantante británico Elton John.
Así de frívolo. Lo que en un comienzo apareció como una solución a la infertilidad de las parejas y se denominó fecundación in vitro, hoy es ampliamente popular como modo de procreación, tanto individual como familiar. Ricky Martin incluso declaró que pronto quiere tener una hija, justo poco tiempo después de anunciar su boda con el artista de origen sirio Jwan Yosef. Me pregunto cuál de los dos será el padre biológico de la pequeña.
Ahora serán tres los niños que en un futuro podrían preguntarles: ¿quién diablos es mi mamá? ¿Cuál es mi origen? La pregunta ética del millón es: ¿debo tener un hijo de probeta sólo porque puedo?
Hace poco mi ginecólogo me preguntó si quería congelar mis óvulos. Yo fui por un control, nada que ver, pero imagino que el protocolo clínico lo obligaba a darme la idea porque soy mujer, sin hijos y mayor de treinta. Supongo que es una pregunta legítima, pero me violentó en lo más íntimo. Pensé inmediatamente por qué mejor no existen protocolos de Estado que sugieran permanentemente la idea de la adopción. Cientos de niños mueren en el Servicio Nacional de Menores (Sename) y adoptar es la cosa menos promocionada del mundo. Además, adoptar en Chile es más complicado que llegar a la luna; los plazos son larguísimos y hay trabas que muchas veces no se justifican.
Entiendo que los niños en probeta cumplen la función de ser propios -aunque sea a medias-, no como lo sería un pequeño adoptado, pero quizás eso sea sólo un prejuicio cultural que se puede superar. ¿Es realmente tan necesario que compartamos la misma sangre con un hijo?
Tal vez el punto sea otro. A riesgo de sonar provocadora, ¿acaso alguien que fuera a tener un hijo en probeta con un desconocido, lo elegiría moreno, de tez oscura, pelo y ojos negros? Quizás la ciencia nos ha dado demasiadas libertades que no encontramos razón para dejar de lado y si podemos diseñar nuestra descendencia, simplemente pensamos en lo entretenido que sería. Pero los niños no son mercancía o propiedad, son seres vivos con derechos y necesidades.
Recientemente vi una película llamada «La Luz entre los océanos», donde una mujer decide egoístamente no dar aviso de un bebé que encontró y quedárselo para criarlo como propio. El egocentrismo es brutal, por cuanto jamás piensa en qué es lo mejor para el niño y sólo considera el vacío personal que, según cree, nunca más sentirá. El film trata el tema de la obsesión por la maternidad con lujo de detalles y la rareza de eso que llamamos amor y que a ratos se torna siniestro.
Pero el amor es desapego, es querer lo mejor para la persona amada. Realmente, ¿quién le pregunta a los niños lo que quieren? Sabemos que el Sename no lo hace, considerando los últimos casos horrorosos que se han destapado.
Así las cosas, existe un enredo no menor con respecto a qué es ser mamá o papá, qué necesitan los niños, por qué están siendo abandonados y qué nos lleva a perseguir la procreación a límites inhumanos como la probeta. Sí, querer trascender con los propios genes es biológicamente natural, pero no es ético si para hacerlo pasamos a llevar a otro ser humano.
Actualmente suena tan natural elegir un bebé; los más conocidos gays del mundo ya pagaron por tener a sus hijos de catálogo, mi amiga no es lesbiana, pero ¿por qué no podría ser madre sola? La ciencia corre por su propio camino y no mira los cuestionamientos que van a apareciendo a medida que avanza a pasos agigantados.
En lo personal no siento un llamado maternal exclusivo con mi propia genética, menos me dan deseos de crear a otro ser humano a mí gusto, pero respeto la decisión de otros y la que sea que llegue a tomar mi amiga. De todos modos estoy del lado de los niños en el dilema moral del sufrimiento deliberado que se les provoca, siendo seres inocentes forzados a vivir para siempre con la pregunta de dónde vienen.
Y aunque es posible que cada día sean más y nos acostumbremos a la humanidad artificial, siento que por ahora hay que darle voz a esos seres probeta no natos, existiendo como posibilidades de compra, cuya mitad de ADN no los dejará vivir en paz sólo porque alguien quiso un día satisfacer sus propios deseos.
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