Por diferentes circunstancias, voy camino a una nueva reinvención laboral, que también, de algún modo, pasa a ser una nueva versión en lo personal. No soy de creer en frases hechas como «hay que salir de la zona de confort». En realidad, me parece que la comodidad es fantástica. Eso no quiere decir que no disfrute ciertos desafíos, pero hay una diferencia entre cambiar por deseo y voluntad propia de crecer, y tener que cambiar porque las circunstancias obligan.
Esta vez, se siente de esa manera, extremadamente forzado. Como si de pronto me sacaran de mi espacio seguro y no tuviera opción más que salir a la selva. Para mí, el escenario covid ha resultado en extremo violento en todo sentido, y tengo muchas opiniones al respecto. Acepto todas las posturas y me interesa enriquecer mi punto de vista, pero me resulta una lástima que las críticas a las nefastas medidas de las autoridades, sean tan condenadas en todo sentido, incluso con censura.
El 2020 lo viví con el juicio suspendido, me adapté fácilmente, usé el tiempo en todo tipo de cosas; pendientes, autocuidado, nuevas ideas, etc. Pero cuando el 2021 no vi avances para volver a la normalidad -no comprendo que se hable de nueva normalidad; existe lo normal y ya-, algo en mí se rompió. Perdí la inocencia. Los poderes detrás de lo que para mí es una verdadera guerra, me pillaron volando bajo. No los creía capaces, gran error de mi parte.
Había hecho los esfuerzos para sobrellevar el asunto, como todos, y un largo año después nada mejoraba. Incluso retrocedía. Yo soy como un gato y siento que tengo nueve vidas, pero por deseo propio, no por imposición. Esta dictadura sanitaria covid, así le llamo, es lo más violento que me ha tocado vivir. Crecí en los ochenta y noventa en Chile, sin la dictadura, sin noción de guerras o tiranías, y desde octubre del 2019 que siento que es irrespirable el aire en el país. La gente da razones y motivos, pero no hay nada que lo justifique, ni la justicia social, ni una pandemia, nada. La violencia, de cualquier tipo, no puede justificarse jamás. Solo enfermos extremistas, lo hacen. Psicópatas.
Ahora estoy en vías de usar otra de mis vidas (para eso las tengo), pero no puedo evitar sentir que me robaron dos años y que quebraron algo dentro mío. Lo cierto es que he tenido que trabajar la rabia como emoción, la frustración de ver que las relaciones, las oportunidades, el trato diario, la vida común, todo está alterado y sin atisbos de volver a lo normal. Hablo de normal, referida a la libertad.
Reinventarse libremente, no es lo mismo que reinventarse porque no se puede trabajar como antes, porque muchos trabajos no funcionan como solían hacerlo, o porque ya no es grato vivir donde vivías, o no es posible o hasta agradable reunirte con quienes te reunías. Adaptarse es una habilidad positiva, si se busca algo bueno, pero no es lo mismo que sobreadaptarse. No comulgo con la resiliencia forzada, sino con los tiempos personales, las etapas, los procesos íntimos, con levantarnos de las cenizas a nuestro ritmo y de nuestra propia manera.
Cuando todo se siente como una guerra, lo más probables es que sea guerra. Y lo que se hace en una guerra es sobrevivir, pero muchos estamos cansados de solo sobrevivir; eso se puede hacer por un rato, pero después deseamos vivir., prosperar, crecer, errar, fluir, cambiar, parar, bailar en vez de llenarnos cada día de más reglas, control, violencia e incertidumbre. Más que enumerar todos los mandatos del Estado que se suman y afectan la psicología de las personas; la incertidumbre, lo errático, la paranoia, la esquizofrenia y la policía del pensamiento -como en el «1984» de Orwell-, me toca más aquello que no pensé que sucedería; a la masa gigantesca de personas apoyando tanta aberración.
No interesa si los políticos no dan el ancho, porque no lo han hecho nunca, pero ver cómo queda en evidencia que la masa les cree todo y los apoya. Si cuando nos declaran la guerra, estamos de acuerdo, entonces esa guerra está obviamente perdida. Perdimos cuando nos entregamos en manos de otros, en vez de tomar la vida en nuestras propias manos.
¿Qué hacer? Saber perder es un arte. La reinvención se me da, me gusta el cambio. Nunca he podido hacer lo mismo por largos periodos de tiempo, pero renacer desde el completo vacío es más complejo de lo que parece. El panorama en Chile -con la quema del metro, las medidas covid y un montaje constituyente en curso-, movió cada rincón del ambiente y los aspectos de la vida, y quisiera reconocer eso como un despertar a una mejor versión de mí, sin embargo sé que no estaba preparada. Incluso he pasado por momentos de shock; de ver todo lo que sucede y quedar tan impactada, que no puedo hacer nada más que quedar boquiabierta.
Algo me dice que este remezón puede destruirnos o puede fortalecernos. La elección es siempre nuestra. La fuerza para volver a nacer está adentro esta vez, ya no hay nada ahí afuera. Y darme cuenta de eso, es lo único que puedo agradecerle a este nuevo tipo de guerra.
Categorías:Columnas
Deja una respuesta