Salas de clases con distancia física, vías respiratorias tapadas, toma de temperatura, alcohol en las manos cada 15 minutos, recreos sin cercanía ni conversaciones, ni siquiera una pelota para jugar. Partió marzo y con eso en Chile el año escolar, pero esta vez con la tortura infantil más grande de la historia. Niños que en su mayoría tienen tres inyecciones covid, igual deben cumplir normas draconianas, mientras políticos y rostros de televisión se muestran sin mascarilla o distancia alguna.
Algo de esto se vio el año pasado con el sistema híbrido en los colegios. Niños asustados; ¿qué me pasará si me acerco? ¿Me voy a contagiar y morir? ¿Me voy a contagiar y matar a mis familiares? Niños que han sobrevivido por dos años a una campaña mediática/política de terrorismo global, jamás vista y que sigue en curso. Esto sin nunca haber sido el foco de contagio. Niños en desarrollo, que cuentan con sus maestros para ser guiados, pero ahora con una vuelta a clases obligatoria (de la asistencia dependerá que pasen de curso).
Y es bueno estar ahí, presentes -están comprobados los beneficios del cara a cara-, el problema es que esa medida venía acompañada de un adoctrinamiento. Era difícil criticar a colegios y profesores el 2020, incluso el 2021, pero esto es el 2022 y ha pasado mucha agua bajo el puente. Hay lugares del mundo donde autoridades han tenido que prohibir el uso de mascarilla en colegios (Florida), porque se abusa de ese recurso como si diera poder; como si fuera un elemento por el cual declarar la guerra a quienes piensan diferente. Científicamente, eso no tiene justificación alguna, ni hoy, ni el 2020-21 (muchos estudios realizados por expertos lo explican y comprueban. Aquí uno: https://www.mdpi.com/1660-4601/18/8/4344).
Nunca antes en la historia conocida, se sacrificó niños con la justificación de «salvar» adultos. En la guerra, se salvaban mujeres y niños primero, por razones obvias que hoy parecen haber desaparecido. Están deshumanizando la sociedad, impidiendo el contacto e instalando un sistema dictatorial distópico, completamente digno de psicópatas. Ese tema -el de los psicópatas- es amplio y está absolutamente estudiado, pero lo dejaremos en que son la única plaga social que si desaparece, desaparecen todos los problemas gruesos que tenemos hoy en la sociedad.
Volviendo a la sala de clases, está comprobado que el afecto es la base del aprendizaje. Sin afecto, no importa lo que haga un profesor; el niño no tendrá aprendizaje a largo plazo, conocido también como aprendizaje significativo. Quienes trabajamos con menores de edad, niños o adolescentes, lo sabemos. Los límites, las reglas, la disciplina y desde luego, los conocimientos, se pueden enseñar porque nos importan esas personas a quienes educamos. Y una de las maneras más evidentes de demostrar ese afecto es con cercanía, con una sonrisa, a veces puede ocurrir un abrazo espontáneo, pero sobretodo con momentos inolvidables. Una clase es un arte, aseguró Gabriela Mistral. Puede ser algo que un alumno dijo y derivó en una conversación interesante, pero para eso necesitamos mirar todo el lenguaje verbal y no verbal de la persona; la comunicación completa.
También puede ser una anécdota que se compartió espontáneamente a raíz del contenido de la clase, quizás carcajadas en común, para lo cual necesariamente requerimos verlas, o quizás una reafirmación del profesor recordando a sus alumnos que está para ellos si lo necesitan, sonriendo. Desde luego, puede ser también un momento de silencio valioso para leer, íntimo, delicadamente cuidado, protegido. Pero para eso se requiere un ambiente sin miedo. O talvez sea la mitad de la clase, donde el maestro los vio a todos y los hizo participar y sentirse capaces e importantes, para lo cual es necesario escucharse y verse bien.
Los menores no pueden defender todo eso, aun no saben lo relevante que es. No pueden protestar por la imposición de la mascarilla, porque aun no han desarrollado las habilidades para cuestionar apropiadamente el poder, y tampoco comprenden la relevancia biológica de respirar aire fresco. Aun no pueden rebelarse contra una norma que les impide acercarse a sus amigos o hacer amistades del todo; aun no descubren que la amistad será una de las cosas más bellas de su vida. Aun no. Pero mañana sí. Y mañana esos adultos pensantes -y depende de los educadores que se conviertan en adultos pensantes- nos pasarán la cuenta.
Pero espero que no a mí. Me niego rotundamente y por toda la eternidad a torturar niños así, con estas medidas covid. A mi que me odien colegios, colegas y apoderados por pensar otra cosa. Incluso mis mismos alumnos; que me cuestionen, que vengan, eso deseo. Si les enseño a cuestionarme, entonces estoy haciendo bien mi trabajo. No podemos estar todos de acuerdo, eso inaceptable en una comunidad educativa. Si estamos todos pensando lo mismo y sin espacio para la duda, no estamos pensando. Y si no estamos pensando, ¿estamos vivos? Pienso luego existo, dijo alguien que no era un total idiota.
Y, ¿qué pasa con el siento, luego existo? Pues bien; esta profesora siente que daña a sus estudiantes con las medidas covid, y si lo siente es por algo. Los sentimientos tienen un motivo de ser, no son fantasía, no son imaginados. Los sentimientos se sienten, sí, somos seres sintientes, dijo Humberto Maturana. Y este tipo de colegio, esta sala de clases y este educar, no se siente bien.
Me voy, doy un paso al costado y no me sumo a esta grotesca tortura infantil. Pero mi vocación está más fuerte que antes; los educadores sabemos que se educa en todo momento, no solo en una sala de clases. Estoy en paz, porque los estudiantes que me conocen y me permitieron conocerlos a ellos, saben lo que yo les diría. Tengo la emocionante certeza de haber dejado la semilla de la duda en ellos, contra viento y marea. Si hay tan solo un alumno, que con valentía -cosa difícil de encontrar a esa edad, pero no imposible si se educa-, se atreve a cuestionar respetuosamente y con argumentos, del modo que yo eduqué en clases, apenas una de estas arbitrarias y tiránicas normas covid, mi misión está cumplida. Aunque nadie lo escuche, aunque nadie lo valide, por dentro sabrá que atender esa inquietud intelectual y moral, es lo correcto.
Confieso que todo mi ser sabe, incluso con nombre y apellido, que eso sí ocurrirá. Es decir, sé exactamente quién lo hará, porque los he conocido. Es más, está ocurriendo en este momento, se está gestando ahora en el interior de esos estudiantes, que no pueden retroceder lo que ya aprendieron. Aprender es así, es de acero, una fuerza indestructible que queda para la vida.
De todos modos, reconozco que una de las ideas que ha rondado mi mente por meses, es que mi generación jamás habría aceptado esto. Cuando yo era estudiante, aun se sentía en el ambiente esa rebeldía maravillosa, la de vivir intensamente y cruzar las pasiones, en vez de reprimirlas. Porque esa es la escuela de la vida, vivir es tener las experiencias. Es cierto que no salimos a las calles, pero vivimos nuestra juventud al 100%, aunque fuera a escondidas. Esa rebeldía dista mucho de las exigencias sinsentido de estas generaciones actuales, que no se detienen a mirar el panorama completo y en eso se pierden de la realidad. Es una de las tareas pendientes que los profesores debemos educar.
Con todo, soy optimista. Feliz año escolar 2022. Deseo suerte a esos colegios que tendrán que preparar una respuesta lógica y humanizada para los estudiantes pensantes, que desafiarán esta dictadura. De corazón, que así sea.
-Para más información sobre el uso de mascarillas en niños:
*Minsal sobre uso de mascarillas: https://especial.mineduc.cl/wp-content/uploads/sites/31/2021/06/Uso-de-mascarillas-OMS-Mineduc.pdf
*Doctor elimina la mascarilla en su consulta de niños: https://markmcdonaldmd.substack.com/p/i-have-banned-child-masking-in-my?s=r
Categorías:Columnas
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