Tu amigo perro

Leí en inglés ayer: «God is dog spell backwards». A pesar de haber sido atacada a los nueve años por un perro rabioso, me recordó que todo niño debería tener una mascota perro en algún minuto de su vida, porque yo tuve un par de perros en mi infancia y se sentía como lo mejor que me había pasado.

Principalmente con todo lo que nos han hecho estos dos años, cobra un nuevo sentido la relación humano-mascota, o humano-animal, que en el fondo es una relación con la naturaleza incondicional de la que somos parte. Un perro es un animal profundamente sensible y terapéutico. Aunque desde luego, hay perros y perros. Supongo que depende mucho de cómo sean los dueños.

Mi primer perro fue un precioso cachorro dálmata, que fue atropellado frente mis ojos cuando yo tenía unos tres o cuatro años. Duró días apenas, fue una tragedia. Vi como una persona lo tomó de las cuatro patas y lo echó a un basurero. Mis padres trajeron un quiltro negro en su reemplazo y fue una fiesta. Esta mascota duró un poco más; tenía personalidad, era alegre y aguerrido. Nos defendía del perro más grande que vivía al final de la calle, le ladraba a pesar de ser mucho más pequeño. Y nos acompañaba a mis hermanos y a mí todo el día, como un cuidador.

Lamentablemente, éramos muy pequeños y no pudimos evitar que cruzara la calle y se quedara en medio de ella hasta ser, también, atropellado. Otra tragedia frente a mis ojos. Mis padres compraron un conejo después, una tortuga y unos canarios. Pero nada podía reemplazar a nuestro quiltro.

Por años les rogué para tener otro perro, pero ya estaban hartos. Además justo un perro tonto se arrojó sobre mí, cuando salimos a andar en bicicleta y todo terminó en la sala de emergencias más cercana. Nos llevaron a dedo, mientras yo sangraba y todo el paseo se tornaba en otra tragedia más. El dueño del perro era un alcohólico, mi padre fue a enfrentarlo, fue una pelea un tanto violenta. Al final obtuve una cicatriz en la pierna.

A pesar de quedar un poco distante de los perros -sobretodo del que solía perseguirme y ladrarme agresivamente cuando caminaba del colegio a mi casa-, intenté recoger un cachorrito años después, un quiltro asustado que se enfermó del estómago y lloró durante las primeras noches. Pero escapó de casa mientras yo estaba en el colegio. O eso me dijeron.

Finalmente, pude tener mi último perro quiltro, cuando ya nadie quería ayudarme a cuidarlo. Parecía que no encajaba en mi casa, no lográbamos recibirlo como merecía. Le busqué una familia y supe que vivió muy feliz por varios años.

Desde que salí del colegio ya nunca más tuve perros. Solo durante los encierros forzados pensé en lo valiosos que son los amigos perros; divertidos, valientes e incondicionales, pero como vivo en departamento me daba pena tener un perro encerrado.

En algún momento de mi adultez espero volver a tener un perro amigo. Darle un ambiente apropiado para acompañarnos y pasarlo bien. Me gustaría poder enseñarle a ser un buen perro, que no persiga gente inocente por la calle y que sea alegre, como mi primer quiltro. Seguramente será cuando necesite acordarme de que existe la amistad verdadera, la lealtad, el cariño genuino y todo lo que nos hace sentir que debemos recordar eso que mucho llaman Dios.



Categorías:Columnas

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