Muchos no creímos que veríamos a estas alturas, tanto odio y violencia en nuestro país, considerando su historia y lo difícil que es sanar las heridas de crímenes y errores pasados. Pero el dolor está ahí y es profundo, de lado y lado. Qué agotador es escuchar cada día tanta agresividad en medios, calles, oficinas, reuniones sociales. Incluso colegios…Destrozaron la salud mental de los niños, ¿cómo podemos perdonar eso?
El malestar y la división no nos deja en paz. ¿A dónde escapar? Invasión extranjera con una inmigración descontrolada, impunidad con la delincuencia, corrupción política, desempleo, alza de precios y medidas draconianas covid, con el trauma que produjeron, son solo algunos de los factores del actual panorama. Pero todo eso podríamos quizás sortearlo, si no fuera por el ambiente irrespirable del famoso “acuerdo por la paz”, después que terroristas, aun no identificados, quemaran casi todo el Metro el 18 de octubre de 2019.
Políticos por los que nadie daba un peso, simularon ponerse de acuerdo por primera vez en la vida, para crear una nueva Constitución, algo que nadie les pidió. Según ellos, eso solicitó la gente; y no castigar la corrupción, mejorar la educación, la salud, las pensiones. No, ellos leyeron: Constitución. De pronto, los violentistas que estaban quemando el país entero, se calmaron. Los medios empezaron a repetir que Chile podría dejar de tener la Carta Magna hecha por cuatro Generales, en dictadura. Una frase que, desde luego, falta a la verdad; ya que la Constitución del ´80 ha sido modificada 54 veces y Ricardo Lagos firmó la versión actual el 2005, con un discurso que cerraba el pasado para comenzar de nuevo.
Muchos aspectos pueden seguir mejorando, sin duda. No es mala idea seguir avanzando a los nuevos tiempos, pero otra cosa muy distinta es promover ante la ciudadanía la refundación el país. Estos aires de mesías salvadores y dueños de la verdad, llamando a una suerte de revolución utópica, calaron fondo en jóvenes confundidos y sin guía. Encerrados por dos años, temiendo morir, son los únicos votantes posibles de una utopía absurda, irreal, idealista y de fantasía. Ellos y los presos, que no tienen nada que perder.
El ambiente país venía mal, es innegable, el periodo Piñera 2 es un fracaso rotundo y profundo. Nunca movió un dedo por Chile. Era un personaje incómodo para el poder, acostumbrado siempre a velar solo por sí mismo, no se dejaba asesorar, no escuchaba a nadie. Fue bastante simple entonces prometer a los más ignorantes e ingenuos una utopía maravillosa, justa, bondadosa, ética e incorruptible; algo que sabemos es completamente impracticable.
Pero el pesar en los corazones de personas cansadas -de trabajar demasiado sin ver frutos, o de no tener un buen trabajo, de no tener igualdad de oportunidades, de vivir en barrios feos, de no poder acceder a salud de calidad, a vivienda de calidad, etc.- no es menor. Es el pesar de quien no tiene ya un horizonte. La gente, en masa, cayó en la trampa y fue a votar para crear una nueva Constitución hecha por personas comunes, «elegidas» democráticamente. Nunca es tan así, son en realidad los partidos quienes ponen a esas personas ahí, para ser votadas.
No es posible saber si esa votación del 78% es real (nunca antes el Servel ha sido tan cuestionado), pero así es esto. No hay mucho que hacer. Los constituyentes que salieron tan «espontáneamente» de la ciudadanía misma no estaban preparados para redactar una Carta Magna, dieron un espectáculo vergonzoso, dentro del cual el punto más grave, y del que poco se habla, es la firma de un acuerdo con la ONU para recibir asesoría. ¿Cómo? Tal cual, fue la ONU quien redactó este texto, lógicamente se puede asumir que fue cocinado de forma previa.
Hoy tenemos listo un borrador de la propuesta constituyente, y sin leerlo el Presidente Boric dijo que lo aprobará. Incluso la ex Presidenta Bachelet dijo que sin leerlo, también lo aprobará. ¿Es acaso eso responsable? ¿Por qué tendría que leerlo yo, por ejemplo -los casi 500 artículos, en uno de los textos constituyentes más largos del mundo-, si ni ellos lo hacen? Se burlan en nuestras caras.
Es agresivo, pero también muy poco serio, escuchar que hay que aprobar el nuevo texto porque sí, porque no se desea tener el previo y punto, mientras nos hemos enterado de tantas malas prácticas en el proceso, desde constituyentes que mintieron para ser elegidos, hasta los que votan normas desde la ducha. Pero lo más grave es ver cómo este acuerdo, que la clase política -por la cual nadie iba a las urnas a votar- embutió a la fuerza literalmente quemando el país, sigue instalando una narrativa de buenos o malos, izquierda o derecha, blanco o negro, apruebo o rechazo.
Esa narrativa de las películas para niños, con superhéroes y villanos, no es apropiada para adultos. Igual como no es de adultos creer que la clase política te va a arreglar la vida.
En un país con voto voluntario, ahora es obligación ir a votar o te multan. Yo no quisiera ir, no me interesan estos payasos, pero así son las dictaduras. Porque eso es lo que se siente en Chile desde el 18 de octubre de 2019; con fuego, militares, toques de queda, encierros, odio, invasión extranjera, suma y sigue; como si estuviéramos en un nuevo tipo de dictadura, diferente, pero dictadura al fin y al cabo.
Teníamos un casi paraíso aquí, con un sistema imperfecto, claro, pero que todos tratábamos de respetar para vivir en armonía. Todos querían estar en Chile, éramos objetivamente un buen lugar en comparación con el resto de la región. Aun se podía salir a la calle sin que te acuchillen. Aun podías conversar con otros diferentes a ti. Aun quedaban ciertas confianzas, aunque faltaba mucho por mejorar. Todos sabíamos que no éramos un país desarrollado, sin embargo somos un lugar rico en recursos, ¿qué pasa, entonces? Lamentablemente, la desmesura de los gobernantes y legisladores, de lado y lado, dio pie a lo que vino. Ellos son culpables, no salvadores.
Nunca han querido llevarnos al desarrollo, ningún partido, ningún Presidente. Nunca fue un acuerdo por la “paz”, sino todo lo contrario. Ellos quemaron el Metro y ellos mismos ofrecieron el acuerdo; te doy el problema y te doy la solución. Derechas e izquierdas nefastas, son la escoria más grande de la sociedad. Hundieron Chile cuando íbamos caminando de a poco hacia adelante, con dificultad y esfuerzo. Nos han hecho retroceder 30 años en división y odio. No merecen nuestro voto.
Es impactante que existan personas que aun confíen en los políticos, pero claro, ¿qué les resta, si no? Un país que hoy no ofrece nada de nada. Una promesa de utopía vacía, como un cuento de hadas, como un analgésico para anestesiar el dolor. ¿Y qué es lo que en el fondo nos duele tanto?
Que en realidad, tenemos cierta conciencia de que nadie va a salvarnos. No queremos aceptarlo, pero no contamos con las herramientas para desarrollar nuestro propio bienestar. Nos las negaron desde pequeños. Queremos que Papá Estado nos salve, porque no sabemos cómo hacerlo por nosotros mismos. El peso de la vida nos agobia, queremos que otro se haga cargo. Somos adolescentes eternos, y pasaremos el control de nuestras vidas a otros si nos hablan lindo, si nos guiñen un ojo, nos citan un poema. Nos entregamos. En el fondo, nos suicidamos.
Quien no ama la vida, no buscará educarse, no apuntará a mejorarse, no tendrá tanto problema con el caos alrededor y en su propia día a día, mientras sienta que otro lo protege. Síndrome de Estocolmo, podríamos llamarlo también. Sabemos que no van a velar por nuestros intereses, pero es el mal menor. Librarnos de ese tirano, implicaría abrir los ojos a la realidad. Y eso es demasiado duro.
La realidad, es mucho más de lo que podemos tolerar. El poder lo sabe, y por eso siempre estará ahí con frases lindas que te hagan sentir mejor, mientras por detrás te esclaviza. Te dice que hay monstruos, que hay que odiarlos, que él los va a espantar. Divide para gobernar, dijo alguien hace tiempo. Parra lo diría de otro modo, después.
Porque el asunto es que si no nos odiáramos entre nosotros, ¿qué pasaría? La situación sería evidente; nos querríamos. Y ¿a quién le conviene eso?
Categorías:Columnas
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