United colors

Cuando yo era una niña, me fascinaba mirar en las revistas la publicidad colorida de la marca italiana Benetton. En mi país no existía demasiada diversidad racial -aparte de la mezcla entre pueblos originarios y conquistadores españoles- ni existía tampoco mucha innovación en la moda. Me atraía pensar que existían lugares donde había tanta diversidad y riqueza para entretener la mirada, como si hubiera mucho más mundo que conocer.

Y así era. Yo no sabía nada sobre el origen de la firma, solo imaginaba que seguramente había países donde la diversidad era positiva, deseada y hasta disfrutada. Me imaginaba una sociedad muy entretenida, llena de tonos y libertad de expresión. La palabra en mi mente era: alegría. Pero en el fondo me inspiraba placer.

Tuve la opción de ir a un colegio con cierta diversidad de todo tipo, que no era lo común en Chile. A mí me parecían normales las raza china o negra, la discapacidad, los distintos idiomas o costumbres, las distintas religiones. A la vez, no existía aun inmigración significativa en el país, entonces nada me chocaba demasiado. No había gente de escasos recursos en mi colegio, sin embargo tenía una noción de la existencia de clases sociales.

A pesar de esa pequeña muestra de diversidad, algo pasaba que no era fácil encontrar un ambiente alegre. La cultura del país es de otro tipo, a veces incluso todo lo contrario a la felicidad. Yo crecí sintiendo que estaba prohibido ser demasiado feliz, y me rebelaba contra eso. Para construir felicidad, me daba la sensación de que debíamos ser unidos a pesar de nuestras diferencias, como la foto que me gustaba ver en revistas. Pero eso era demasiado ingenuo; a las personas les cuesta encontrar eso que las une. Resultaba más fácil para cualquier chileno, apuntar a eso que nos separa.

Mientras Italia es el lugar de goce por excelencia, en Chile gozar era más bien una razón de sospecha. La amistad, la buena mesa, el buen gusto, la moda, los colores, la creatividad, la individualidad, todas eran cosas ajenas a mi entorno y ambiente cultural.

La foto de la publicidad habla de unión de colores y esa es su fortaleza. Es belleza porque es simpleza, por eso la marca nunca varió de estrategia en décadas. Su fuerte era apuntar al multiculturalismo; no como mezcla de culturas que se van perdiendo con el tiempo, sino como preservación de ellas. Preservación de cada quien, al final. El valor de cada no, tal cual es, parecía trasgresor en un lugar como el mío.

Hoy ha pasado mucho agua debajo del puente y ya no soy una niña. Mi país sufre una invasión de extranjeros, las minorías imponen violentamente sus demandas. La exacerbación de las identidades de todo tipo, la violencia con que cada quien demanda ser visto en el mundo, se ha pasado de todos los límites. No hay unión, sino todo lo contrario. Hay comunidades, bandos, causas, banderas, movimientos y entre todos no suelen abrazarse.

Los colores son usados políticamente, de forma penosa y decadente. La creatividad está muerta. La belleza no puede brotar. No hay quienes llamen al goce, a lo divertido, a pasarla bien juntos, independiente de quiénes seamos. Y, desde luego, eso se nota también en la publicidad.

La marca que vuelva a unirnos en alegría y placer, que llame a encontrarnos en nuestra diversidad sin falsas miradas, ni discursos políticamente correctos, y lo haga de forma simple, alegre y hermosa, seguramente va a enamorarnos a todos.

Que vuelva el eros. Y veremos cómo desde ahí, se arregla todo lo demás.



Categorías:Columnas

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